lunes, 21 de junio de 2010

Una dosis más del amor de dios y su misericordia




1º) Carta colectiva del episcopado español: la postura de la Iglesia.

“El 27 de de febrero de 1936, a raíz del triunfo del Frente Popular, la Komintern rusa decretaba la revolución española y la financiaba con exorbitantes cantidades. El 1º de mayo siguiente centenares de jóvenes postulaban públicamente en Madrid “para bombas y pistolas, pólvora y dinamita para la próxima revolución”.

La guerra es, pues, como un plebiscito armado. La lucha de los comicios de 1936, en que la falta de conciencia política del gobierno nacional dio arbitrariamente a las fuerzas revolucionarias un triunfo que no habían logrado en las urnas, se transformó por la contienda cívico-militar, en la lucha cruenta de un pueblo partido en dos tendencias: la espiritual, del lado de los sublevados, que salió a la defensa del orden, la paz social, la civilización tradicional y la patria, y muy ostensiblemente en un gran sector, para la defensa de la religión; y de otra parte, la materialista, llámese marxista, comunista o anarquista, que quiso sustituir, la vieja civilización de España, con todos sus factores, por la novísima civilización de los soviets rusos (…)

Primero. Que la Iglesia, a pesar de su espíritu de paz y de no haber querido la guerra ni haber colaborado con ella, no podía ser indiferente en la lucha: se lo impedía su doctrina y su espíritu, el sentido de conservación y la doctrina de Rusia (…)

Cuarta. Hoy por hoy no hay en España más esperanza para reconquistar la justicia y la paz, y los bienes que de ellas derivan, que el triunfo del movimiento nacional. Tal vez hoy menos que en los comienzos de la guerra porque el bando contrario, a pesar de todos los esfuerzos de sus hombres de gobierno, no ofrece garantías de estabilidad política y social

1 de julio de 1937

2º) La Iglesia y la República:

Los principios y preceptos constitucionales en materia confesional no sólo no responden al mínimum de respeto a la libertad religiosa y de reconocimiento de los derechos esenciales de la Iglesia que hacían esperar el propio interés y dignidad del Estado, sino que, inspirados por un criterio sectario, representan una verdadera oposición aun a aquellas mínimas exigencias. (...)

Más radicalmente todavía se ha cometido el grave y funesto error de excluir a la Iglesia de la vida públi ca y activa de la nación, de las leyes, de la educa ción de la juventud, de la misma sociedad domésti ca, con grave menosprecio de los derechos sagra dos y de la conciencia cristiana del país. (...) De semejante separación violenta e injusta, de tan ab surdo laicismo del Estado, la Iglesia no puede dejar de lamentarse y protestar, convencida como está de que las sociedades humanas no pueden conducirse, sin lesión de deberes fundamentales, como si Dios no existiese, o desatender a la Religión, como si és ta fuera un cuerpo extraño a ellas o cosa inútil y nociva. (...)

Declaración colectiva del episcopado ante la nueva Constitución. (20 de diembre de 1931)

3º) Intercambio de telegramas entre Franco y el Papa.

Su Santidad el Papa Pío XII ha dirigido al Generalísimo Franco el siguiente telegrama:

“Levantando nuestro corazón al Señor, agradecemos sinceramente, con V.E. deseada victoria católica España. Hacemos votos para que este queridísimo país, alcanzada la paz, emprenda con nuevo vigor sus antiguas y cristianas tradiciones, que tan grande le hicieron. Largos sentimientos efusivamente enviamos a Vuestra Excelencia y a todo el noble pueblo español nuestra apostólica bendición."

Papa Pio XII .

El Generalísimo Franco ha contestado a su vez el telegrama del Papa con el siguiente:

“Intensa emoción me ha producido paternal telegrama de Vuestra Santidad con motivo de la victoria total de nuestras armas que en heroica cruzada han luchado contra los enemigos de la Religión, de la Patria y de la civilización cristiana. El pueblo español, que tanto ha sufrido, eleva también, con Vuestra Santidad, su corazón al Señor, que le dispensó su Gracia, , y le pide protección para su gran obra del porvenir, y conmigo expresa a Vuestra Santidad inmensa gratitud por sus amorosas frases y por su apostólica bendición, que ha recibido con religioso fervor y con la mayor devoción hacia Vuestra Santidad. Francisco Franco, Jefe del Estado Español.

Madrid, 2 de abril de 1939



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