martes, 12 de enero de 2010

El ritual de madrugada


Inevitablemente, y a pesar de los años, hay hechos, situaciones y costumbres que aún perteneciendo al reino de la infancia, siguen encontrando en nuestra madurez una continuidad que se repite casi por inercia, podriamos decir que han pasado a ser rituales cuya respuesta a la pregunta de por qué los practicamos se olvidó allá donde empieza la infinita imaginación de un niño.

Qué duda cabe de que gran parte de estos episodios ceremoniales tan cotidianos en nuestro día a día tienen en la inmensidad de la figura materna su origen, en esa persona que nos enseñó que tras el vaso de leche no osaramos a comernos una naranja, y que dejó bien claro que antes de empezar a enjabonarnos la cabeza había que hacer lo propio con el cuerpo. En mi caso, antes de sucumbir por completo al plácido sueño que sólo poseen los niños, mi madre surgía de entre la oscuridad de la noche para regalarme un cuento que me sirviera de antorcha allá donde quiera que vamos cuando dormimos, porque a buen seguro ese lugar es un lugar oscuro (de ahí que nos cueste tanto recordar lo que soñamos). Desde entonces tengo la necesidad de leer antes dormir. Este es mi ritual. El mismo que noche tras noche cumplo y que me llevó a leerme recientemente y de muy entrada madrugada La Carretera de Cormac McCarthy.
Fue mi hermano mayor quien me dijo escuetamente: Toma, llevátelo. Está muy bien. Se lee en una pasada, y me lo agradecerás... Tenía razón en todo “menos en que se lo iba a agradecer”, porque si algo bueno (o malo) tiene mi ritual, es que después de cerrar el libro y que este monte guardia en la mesita de noche, tienes la oportunidad de saborear una y otra vez todo lo que has leido... el problema reside en que la digestión de esta obra no es fácil.
He de decir en honor a la verdad, que lo leí en dos madrugadas, y que fue en la segunda de ellas cuando noté ese escozor que se produce en el pensamiento con el descubrimiento de la verdad de las cosas, esto se debe a que tras la primera y única parada en mi lectura, tan sólo me quedé con el aspecto formal del libro, con la historia de ciencia ficción en la que un padre y un niño anónimos deambulan en un mundo postapocalíptico, arrasado por completo, donde los ríos arden en cenizas y los árboles ya no se yerguen orgullosos, sino que se evaporan en el viento helado, el mismo viento que domina los interminables páramos yermos donde alguna vez hubo tierras de cultivo. En semejante mundo comer es un acto de carroñería, en el mejor de los casos, y de antropofagía en el peor, la esperanza una pesada carga y la compasión, el amor y otros sentimientos excepciones, que sólo se encuentran en el recuerdo de una humanidad, que sino extinta, está apunto de expirar.
Los protagonistas, carecen de una verdadera motivación para continuar el tortuoso camino marcado por carreteras que hacen las veces de arterias atrofiadas de un mundo muerto. Y es que seguir con vida, no es una motivación, es un instinto, lo que destruye cualquier tipo de esperanza.
Esta es la historia de ciencia ficción que me enganchó la primera madrugada y también la crónica desgarradora que me atormentó la segunda, porque si bien el primer día sentí al cerrar el libro la agradable sensación de que aquello era tan sólo ciencia ficción, el segundo comprendí que este ejemplar
sólo es ficción en este lado del mundo, que si lo lees fuera de él, la ficción torna en realidad. En ese otro mundo la gente sigue pasando hambre, frío y soledad, huye de otros iguales que enfermos de avaricia devoran todo lo que está a su paso, en ese otro mundo los niños no quieren ser de mayor, porque los niños sólo existen en la inocencia de este mundo, allí sólo existen hombres...

http://es.wikipedia.org/wiki/Cormac_McCarthy
http://www.cormacmccarthy.com/

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